El
Ave Fénix (Feng Huang), que visitaba los jardines y los palacios de los emperadores virtuosos, según antiguos relatos, mostraba un visible testimonio
del favor celestial. Cuando el Fénix siente el peso de los años, construye un
nido con valiosas plantas aromáticas y se precipita en él, exponiéndose al calor del sol, que el resplandor de
las plumas multiplica, hasta que se prende el fuego y así se
enciende y se incinera junto con el nido.
Se despoja de sí mismo para perecer en
el fuego sobre el altar del Sol. ¿Acaso en este estado es víctima
de la muerte? No: es un nuevo Fénix el que renace de sus
propias cenizas, que encuentran, en el seno de la muerte, una nueva vida, más perfecta. Las Aves Fénix, sucesivamente, forman una continuidad substancial. Se trata
de una especie única sumida en un eterno renacer.
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